L’Abate Donato, a Montserrat per i mille anni dalla fondazione, parla di valori benedettini e cultura della pace al cospetto dei Reali di Spagna
Lunedì 23 giugno 2025, l’Abbazia di Montserrat ha ospitato una giornata in ricordo della figura dell’Abate Oliba, fondatore del monastero e promotore delle Assemblee di Pace e Tregua di Dio. L’incontro, intitolato “Valori Benedettini, un contributo alla Pace”, si è svolto nell’ambito delle celebrazioni per il Millenario dell’Abbazia e ha visto la partecipazione dei Reali di Spagna.
Alla giornata hanno preso parte anche autorità ecclesiastiche, politiche ed esponenti del mondo economico e imprenditoriale. I momenti di dialogo si sono concentrati sul valore attuale dei principi benedettini e della pace nei contesti sociali, imprenditoriali e politici.
L’apertura della mattinata
L’evento si è aperto con la venerazione della Sacra Immagine della Vergine di Montserrat da parte delle autorità presenti. Successivamente, i partecipanti si sono trasferiti nella Sala de la Façana del monastero per l’inizio ufficiale della giornata.
Il Commissario del Millenario, Padre Bernat Juliol, ha dato il benvenuto e ha ceduto la parola al Rev.mo Padre Dom Donato Ogliari, abate dell’Abbazia di San Paolo fuori le Mura a Roma, che ha offerto una riflessione sui valori benedettini.
L’Abate Donato ha affermato: «Ogni essere umano chiede di essere riconosciuto come fratello, come soggetto, con cui instaurare un rapporto rispettoso e dialogico, con cui collaborare e perseguire insieme la verità e il bene comune». Ha poi aggiunto: «Indipendentemente dall’origine socioculturale, i monasteri benedettini sono spazi di fraternità in una prospettiva di apertura, rispetto e dialogo, con l’obiettivo di contrastare logiche basate sulla falsità e azioni segnate dall’oppressione».
Dialogo sull’abate Oliba
Il momento centrale della giornata è stato un dialogo a due, moderato da Padre Juliol, tra Padre Manel Gasch i Hurios, abate di Montserrat, e Padre Ignasi Fossas i Colet, abate presidente della Congregazione Sublacense Cassinese. Durante l’evento si è tenuta, poi, una mirabile esibizione del violoncellista Oleguer Aymamí, che ha eseguito il Preludio alla Suite n. 1 per violoncello solo di J. S. Bach, BWV 1007.
Intervento finale di Sua Maestà il Re Felipe di Spagna
L’evento si è concluso con il discorso di Sua Maestà il Re di Spagna, che ha offerto una riflessione istituzionale sul tema della pace e del dialogo. Nel suo intervento ha affermato:
«La comunità di Montserrat è un grande punto d’incontro della nostra cultura. Il suo valore simbolico trascende la sua enorme dimensione religiosa. Tutta l’Europa si nutre di questa tradizione di accoglienza, conoscenza e apprendimento».
La giornata rientra nel programma del Millenario di Montserrat, con l’intento di coinvolgere la società civile e il mondo imprenditoriale nelle celebrazioni. La partecipazione dei reali risponde ad un preciso desiderio di prendere parte a questo momento commemorativo.
Di seguito l’intervento dell’Abate Donato che si è rivolto in lingua spagnola ai partecipanti:
LOS BENEDICTINOS Y LA CULTURA
Ab. Donato Ogliari O.S.B.
Desde una perspectiva objetiva, está claro que los principios del cristianismo han contribuido activamente al desarrollo y la formación del continente europeo, tanto a nivel espiritual y ético como a nivel cultural y social[1]. En el contexto del humanismo cristiano, felizmente condensado por San Benito en su Regla[2], el monacato benedictino ha dado, por su parte – especialmente en los siglos medievales – una contribución sustancial a la formación del ethos europeo[3]. Nuestro Viejo Continente ciertamente habría sido diferente sin ese patrimonio humano, cultural y espiritual que los monjes nos han transmitido y que pertenece indeleblemente al alma europea[4]. La carta apostólica Pacis Nuntius[5], con la cual, en 1964, San Pablo VI proclamó San Benito “Patrón principal de Europa”, describe la influencia ejercida por el monacato benedictino con tres imágenes: la cruz (ora), el arado (labora) y el libro (lege). De ahí el trinomio que resume la regla benedictina: ora, labora et lege. Es en este último elemento, el lege, sobre el que ahora tenemos la intención de detenernos brevemente, y más específicamente sobre la relación que el monacato benedictino ha tenido con el mundo de la cultura.
1. El libro (“lege“) y la promoción del saber
La motivación subyacente que apoya cualquier actividad monástica, no solo espiritual, sino también material e intelectual, y por lo tanto también el enfoque de la cultura y la promoción del saber, radica en la constante “búsqueda de Dios”[6]. El Papa Benedicto XVI recordó esto admirablemente durante su viaje apostólico a París en septiembre de 2008. En el conocido discurso dirigido a los representantes del mundo de la cultura, reunidos para la ocasión en el “Collège des Bernardins”, afirmó:
“Hay que decir con gran realismo que no estaba en su intención [de los monjes] crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial”[7].
La búsqueda de cosas esenciales a la luz de Dios es, por lo tanto, lo que está en la base de la recuperación y la valorización de la cultura grecorromana que, después de las invasiones bárbaras, estaba en peligro de desaparecer, y que el monacato benedictino medieval salvó y transmitió a generaciones posteriores. Aunque el propio san Benito no tenía la intención de crear una escuela de enseñanzas profanas, sino una “Dominici scola servitii, una escuela de servicio del Señor” (RB, Prol. 45), los monjes pronto se consideraron verdaderos conservadores y distribuidores de saber. Y esto sucedió, precisamente, porque su trabajo fue animado y apoyado por un impulso espiritual que, lejos de ser incorpóreo y un enemigo del mundo, tenía como objetivo señalar a este último la verdadera fuente y cima de cada logro humano auténtico: Dios.
Esto significa que, de manera similar a lo que los monjes benedictinos lograron en los campos agrícolas y socioeconómicos, su compromiso cultural también encontró su espacio legítimo dentro de la búsqueda diaria de Dios, como una de sus expresiones. Además, la misma prioridad dada por san Benito al opus Dei y a la lectio divina, es decir, a la oración coral y la meditación personal sobre la Sagrada Escritura, presuponía que cada monje estaba capacitado para leer. Aún más, ya que, como se puede deducir de la Regla, las lecturas realizadas en el oratorio y en el refectorio no fueron las únicas. Los monjes, de hecho, tenían acceso a los volúmenes o códices presentes en el monasterio y podían leerlos por sí mismos. Además, se puede deducir de las indicaciones de la Regla que ya en el tiempo de san Benito, los monjes, si no todos, al menos una buena parte de ellos, podían escribir, así como leer. Esta habilidad será amplia y admirablemente demostrada por la intensa actividad de los scriptoria monásticos, es decir aquellos lugares que en el monasterio estaban destinados a la transcripción de los códices y su decoración. Gracias a los scriptoria, los monasterios benedictinos medievales dispersos por Europa se convirtieron en los centros más importantes de desarrollo cultural e irradiación.
Por lo tanto, podemos afirmar que la actividad cultural misma, tanto en su forma básica, la capacidad de leer y escribir, y a través de la conservación y estudio de material antiguo, pronto había encontrado un lugar en la comunidad monástica benedictina. De ahí el aforismo: «Claustrum sine armario sicut castrum sine armamentario – Un monasterio sin armario [el lugar donde se guardaban los libros] es como un campamento militar sin armas». Este es, sin duda, un aforismo que resume el amor por el saber y la gran consideración que se le tenía en los monasterios europeos. Otra prueba de ello son no solo las valiosas y monumentales bibliotecas que han llegado hasta nosotros, sino también las huellas imborrables que los propios monjes han dejado a lo largo de los siglos en los diversos campos del saber humano, contribuyendo al desarrollo de nuevas ideas. Y todo esto fue posible porque el amor al saber nunca se vivió en antagonismo con la vocación monástica y la investigación espiritual que la sustenta, sino en armoniosa interpenetración con ella.
2. La centralidad del ser humano y la cultura de la paz y del encuentro mutuo
Como parte integral de la búsqueda de Dios que los monjes llevan a cabo a lo largo de la historia, la dimensión cultural del monaquismo benedictino nunca ha estado separada de una preocupación constante por el cuidado y el bienestar integral del ser humano. En el contexto de la «búsqueda de Dios», de hecho, no podía faltar la atención al ser humano, a quien el creyente considera creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Génesis 1,26-27).
De hecho, con la exhortación: «Honrad a todos los hombres»[8], san Benito invita a sus monjes a una mirada nueva y acogedora que salvaguarde la singularidad y la dignidad de cada persona. Todo ser humano, de hecho, pide ser reconocido como hermano y hermana, como sujeto, es decir, con quien entablar una relación respetuosa y dialogante, con quien colaborar y con quien buscar y perseguir juntos la verdad y el bien común. Ningún ser humano debe percibir al otro como un adversario o como un territorio hostil —l’enfer, como afirmó J. P. Sartre—, sino como la «tierra familiar» de Dios.
En esta línea, el monacato benedictino ha contribuido a la construcción del continente europeo, también desde el punto de vista cultural y la búsqueda del saber, manteniendo siempre en el fondo la centralidad de la persona humana y su dignidad, pilar fundamental del humanismo cristiano. Así, en la comunidad monástica querida por san Benito, precisamente porque se prestó especial atención al «valor del hombre como persona»[9], se promovió una integración ordenada y armoniosa[10] entre todos los miembros de la familia monástica, independientemente de su origen, background cultural y rango social[11].
Cabe destacar también que las definiciones de «pacis nuntius», «mensajero de paz», y de «effector unitatis», «creador de unidad», con las que el papa Pablo VI definió a san Benito[12], resaltan el impacto social beneficioso de la dimensión cultural benedictina en la dirección de una cultura de paz y unidad entre los pueblos.
Los monasterios benedictinos, tanto hoy como entonces, siguen desempeñando esta valiosa función en nuestras sociedades. De hecho, independientemente de las diferentes procedencias socioculturales, se presentan como espacios donde las relaciones fraternales se viven desde una perspectiva de apertura, respeto mutuo y diálogo, con el objetivo de contrarrestar esa lógica malsana que se basa en palabras falsas y destructivas (fake news) y en acciones marcadas por la opresión y la violencia, factores todos ellos que plagan la convivencia civil[13]. El enfoque cultural benedictino, por el contrario, activa una cultura de paz que se nutre de la cultura del encuentro[14].
Si nos relacionamos con la diversidad con un espíritu constructivo, es posible alcanzar una convivencia de las diferencias, capaz de desencadenar un proceso virtuoso de creatividad y compartición. La última palabra, de hecho, no puede ser la de la exclusión y la marginación dictadas por los prejuicios socioculturales y la falta de saber, sino la de una inclusión sincera, paciente y con visión de futuro, que hace del diálogo su bandera y no se deja intimidar por las dificultades ni los reveses.
3. Cultura benedictina y cristianismo cultural
Quisiera concluir esta breve intervención con una advertencia sobre el llamado cristianismo cultural, que algunos tienden a asimilar a la dimensión cultural del monacato benedictino.
El «cristianismo cultural» es un fenómeno que, a primera vista, puede parecer un intento de frenar la creciente marginación de la fe en un contexto de descristianización cada vez mayor del continente europeo. Este fenómeno identifica a quienes reconocen la importancia del ethos cristiano, aunque, de hecho, no profesen ni practiquen la fe cristiana. En otras palabras, se sienten cómodos en la dimensión cultural del cristianismo, una dimensión a la que se adhieren de forma aséptica, ya que no tienen como objetivo la asunción e implementación del Evangelio de Jesús, sino asegurar que la importancia de la influencia sociocultural ejercida por el cristianismo sea reconocida en la vida de las sociedades, especialmente en las occidentales. En definitiva, quienes se adhieren al «cristianismo cultural» se mueven en la dirección que el reconocido Premio Nobel de Literatura Thomas Stearns Eliot había afirmado en una ocasión en los siguientes términos:
“Un ciudadano europeo puede no creer que el cristianismo sea verdadero, pero lo que dice y hace proviene de la cultura cristiana de la que es heredero. Sin el cristianismo no habría habido un Voltaire ni un Nietzsche. Si el cristianismo desaparece, nuestra cultura también, nuestro propio rostro también”[15].
Quienes se identifican con el “cristianismo cultural” reconocen, por lo tanto, que “el cristianismo está en la base del sistema ético de Occidente y de las naciones que han abrazado el cristianismo”; reconocen que “el concepto mismo de la dignidad humana de cada individuo y del proyecto liberal deriva de la fe”; reconocen que “si la fe que produce estas cosas se marchita, la dignidad humana del individuo también podría marchitarse”; reconocen que “las raíces del individualismo están firmemente arraigadas en el cristianismo”[16], y, sin embargo, no les interesa la fe a la que se refiere el cristianismo. En otras palabras, en la expresión “cristianismo cultural”, el término “cristianismo” simplemente indica un marcador de identidad cultural y nada más.
En este caso, estamos muy lejos de ese humanismo cristiano que el monacato benedictino ha hecho suyo y transmitido a lo largo de los siglos, incluso en el plano cultural. En conclusión —y aquí volvemos a la premisa inicial—, la dimensión cultural del monacato benedictino, al igual que las demás dimensiones que lo caracterizan, nunca se separa de la «búsqueda de Dios», iluminada y sostenida por el seguimiento diario de Cristo Jesús y su Evangelio.
Gracias por su atención.
[1] Una aguda descripción valorativa de la aportación que el cristianismo ha dado a la formación de Europa se encuentra en: P. Brown, La formazione dell’Europa cristiana. Universalismo e diversità, Roma-Bari 1995.
[2] San Benito, Regula monachorum (= RB).
[3] Cf. L. Grygiel, San Benedetto, il primo europeo. Siena 2004, pp. 39-40.
[4] “Il monachesimo – escribió el entonces cardenal Joseph Ratzinger – è rimasto l’insostituibile portatore (…) dei fondamentali valori religiosi e morali, degli orientamenti ultimi dell’uomo e, in quanto forza prepolitica e sovra política, divenne portatore delle sempre necessarie rinascite” (M. Pere – J. Ratzinger, Senza radici. Europa, relativimo, cristianesimo, islam, Milano 2004, p. 51).
[5] Pablo VI, Carta Apostólica Pacis nuntius, en Acta Apostolicae Sedis 56 (1964) pp. 965-967.
[6] RB 68,7.
[7] Benedicto XVI, Discurso pronunciado en el encuentro con el mundo de la cultura. Collège des Bernardins. París, viernes 12 setiembre 2008.
[8] RB 4,8.
[9] Juan Pablo II, Discurso pronunciado en Montecasino, 18 mayo 1979, en AAS 71 (1979) 623.
[10] Cf. RB 63.
[11] RB 2,18-21 passim. También desde el punto de vista étnico en el Monasterio de san Benito encontraban acogida no solo los herederos de la romanidad, sino también los que procedían de las filas de los bárbaros invasores (cf. Gregorio Magno, Diálogos II, 3 y 5. Una muestra, ésta, de apertura universal, en línea con el dictado evangélico.
[12] Cf. Pablo VI, Carta Apostólica Pacis nuntius cit.
[13] “Si en el medioevo [los monasterios] fueron centros de saneamiento de los territorios pantanosos, hoy sirven para «sanear» el ambiente en otro sentido: a veces, de hecho, el clima que se respira en nuestras sociedades no es salubre, está contaminado por una mentalidad que no es cristiana, y ni siquiera humana, porque está dominada por los intereses económicos, preocupada sólo por las cosas terrenas y carente de una dimensión espiritual. En este clima no sólo se margina a Dios, sino también al prójimo, y las personas no se comprometen por el bien común. El monasterio, en cambio, es modelo de una sociedad que pone en el centro a Dios y la relación fraterna. Tenemos mucha necesidad de los monasterios también en nuestro tiempo” (Benedicto XVI, Visita pastoral a Lamezia Terme y a Serra San Bruno, 9 octubre 2011).
[14] La cultura del encuentro ha sido muchas veces evocada por el papa Francisco. La definió como “un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos formando una unidad cargada de matices (…). El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible” (Francisco, Carta encíclica Fratelli tutti, n. 215).
[15] Th. S. Eliot, Notes Toward the Definition of Culture, London 1948, p. 122.
[16] “Cultural Christianity is not a faith; it is the residue or impringting of faith. (…) Christianity is at the root of the ethical System of the West and of those countries that embraced Christianity, the very concept of individual human dignity and the liberal project derives from the faith. (…) The roots of individualism are firmly grounded in Christianity. If the faith that produced these things withers, individual human dignity may ultimately wither too” (CH, Cultural Christianity and real Catholicism, in Catholic Herald, Issue 6648, May 2024, p. 2).
Alcune foto dei momenti legati all’intervento dell’Abate Donato








Fonte : Abbazia di Montserrat